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MI MUNDO GOTICO

LA MUJER DEL CUADRO (Relatos)

Eran las seis de una fría tarde de noviembre, la niebla era tan espesa que casi parecía poder cortarse con un cuchillo. Mi ciudad tiene inviernos duros y largas noches, días en los cuales los rayos del sol parecen temerosos de la gente.

 

Me encontraba sola y  con poco ánimo de buscar compañía cuando decidí entrar en la exposición de cuadros victorianos de lo que fue un antiguo edificio perteneciente al obispado convertido en museo hace ya tiempo. El edificio tenía dos plantas y estaba ubicado en el casco antiguo, la zona más alta, justo en el mismo corazón de la ciudad desde dónde podían verse algunos de los tejados y dos de las torres con sus viejos y puntuales relojes marcando el ritmo de su gente.

 

Entre por la gran puerta principal, a la izquierda se encontraba la recepción del museo con una joven en recepción dando la bienvenida, en su mesa se podían ver varios trípticos y folletos informativos sobre exposiciones actuales o próximas. Al frente una amplia planta baja con altos techos y un pequeño rincón a la derecha con cómodos asientos para ver cortos documentales informativos de no más de media hora de duración y empecé a subir las escaleras para poder ver el primer piso porque allí solo estaban expuestas las mismas pinturas y esculturas año tras año,  permanecían inamovibles.

 

Los cuadros se podían ver haciendo un recorrido circular de forma contraria a las agujas del reloj, todas las pinturas tenian puntos de colores estratégicamente pensados para dar ese toque romántico y nostálgico de la época victoriana, magnificas obras elogiadoras por si mismas de las habilidades de su creador pero al llegar a la número 8 me sentí completamente fascinada.

 

El cuadro número 8 estaba denominado con un nombre muy simple “Una mujer libre”.

 

En la pintura aparecía una bellisima mujer de unos 25 o 26 años, pelirroja de cabellos largos y ondulados, brillantes y preciosos ojos verdes, aparentemente alta y de tez muy blanca. Llevaba un vestido de terciopelo granate y negro que le daba un aspecto majestuoso a pesar de su cabellera algo salvaje.

 

El aire jugaba con sus cabellos y aparecía a la izquierda del paisaje sentada sobre una roca posiblemente en una playa del Cantábrico como podía apreciarse en el salvaje oleaje representado en la escena detrás de la mujer.

 

A lo lejos podía verse un infinito cielo que casi podía confundirse con el mar sino fuera por el azul más fuerte e intenso de este último.

 

 

La sensualidad era una característica inherente al cuadro, la mágica escena parecía tener vida propia y yo no podía quitar los ojos del cuadro. Era como si hubiese conocido a esa mujer.

 

Después de una hora larga mirando el cuadro volví a la realidad, caminando entre mis pensamientos para casa.

 

A partir de ese momento me obsesione con el cuadro, empecé a intentar buscar por todos los medios información sobre aquella mujer. Recorrí bibliotecas de todo el país, busque información por Internet y realice todas las investigaciones posibles pero solo encontré el nombre del pintor David Fitz, un aristócrata inglés que frecuentaba los círculos bohemios, su ideología nada convencional escandalizo a gran parte de la sociedad de la época y se le atribuyo un gran romance con una misteriosa y rebelde mujer con una personalidad fuera de lo común, especialmente fascinante para los hombres pero por ello muy temida por los mismos pero no por David.

 

No logre encontrar más información sobre ella o su enamorado pintor y decidí tomarme unas vacaciones en la casa de mis abuelos, la había heredado hace 5 años pero apenas la visitaba.

 

Una de las tediosas mañanas que pasaba allí me dispuse a ordenar el desván para entretenerme, había un montón de muebles antiguos allí y supuse que alguno podría ser restaurado para llevarlo a mi apartamento. Subí las escaleras seguidos mis pasos del molesto y sonoro crujido de la vieja madera hasta llegar.

 

En la cima de la vieja escalera mis ojos repararon en un gran baúl que parecía sacado de algún galeón pirata. Abrí el baúl, dentro había ropa interior de mujer, un chaleco de mi abuelo, una torre Eiffel en miniatura y una gran bola de cristal con un paisaje en miniatura, al agitarse la bola parecía estar nevando en el pequeño mundo de cristal encerrado en ella, al lado estaba un pequeño cofre.

 

El peculiar cofre contenía varias fotos, todas en blanco y negro, entre ellas… la misteriosa mujer del cuadro aparecía sentada delante de aquella misma casa sonriendo. No podía dar crédito a mi visión, era sorprendentemente inquietante.

 

En el reverso de la foto aparecía un nombre…. Louise.

 

La desesperación hizo que acudiera a un terapeuta para eliminar mi obsesión, sin embargo mi actitud le pareció tan inquietante que me recomendó a un amigo suyo dedicado a las regresiones hipnóticas y no dude en llamarle.

 

Me dio una cita para ese mismo viernes por la mañana, no podía perder nada por intentarlo…..

 

Me hipnotizo y a mi mente empezaron a venir recuerdos extraños de otros tiempos….

 

Era una mujer luchadora e importante que sabia como construir su futuro a pesar de las costumbres sexistas de la época, abriéndose camino con su astuta inteligencia y su encantadora personalidad. Una mujer fuerte, segura de si misma y conocedora de grandes oportunidades aún incipientes para la mujer.

 

Vi todos sus logros, sus amores, sus ideas, su pasión….  vislumbre todo tipo de detalles sobre su persona incluso los más íntimos, al final en mis visiones apareció un espejo muy grande, con una luna oscura, estaba ubicado en la habitación de la dama y en el pude ver mi reflejo, pude darme cuenta de algo increíble….. yo era esa mujer, la mujer de la pintura.

 

Al ver la pintura había recordado mi anterior vida que seguía viva en mi subconsciente, esperando salir a la luz de nuevo, volver al mundo con la verdadera esencia de la mujer que he sido siempre y seguiré siendo a través de los siglos…. YO.

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